lunes, 11 de agosto de 2014

Verano, Bendito Verano




Nunca nos acordamos del anterior. Aquel en que como en éste las temperaturas en el mercurio, perdón, termómetro digital, subían indolentes como si no costase nada. Y nos cuesta, ya lo creo que nos cuesta.

Permanecer a la sombra se ha convertido en un lujo a bordo de la crisis económica si es que abandonamos los grados virtuales de las ciudades provocados por aires acondicionados, escapes de automóviles y estímulos varios que calientan el aire que se torna irrespirable.

Es cuando nos marchamos allende los límites de la civilización, esto es, al refugio de la montaña más cercana donde los árboles empiezan a clarear peligrosamente por despoblación. A veces la causa es la sequía, otras el preciado oro viscoso que corre por sus vasos. Y ya no hablemos de las playas, un lujo. Consumo, todo es consumo, y en verano, bendito verano, todavía más.

La música tampoco escapa al singular acto humano de abastecerse sin medida. ¡Para adentro que el zurrón es grande!. Llévate la mesita, las sillas, la sombrilla, las viandas ligeras y frutas para pasar el día... y la canción de turno que bombardea inmisericorde el oído en el camino de ida, la estancia en el lugar de destino y el fatigoso camino de vuelta en que ahora las notas bien timbradas nos suenan a ¿triste? despedida, ecos de un amanecer que se prometía largo, largo.

Aún así, y a estas alturas de mi vida no acabo de entender por qué de todo ello nos queda un recuerdo indeleble y cariñoso. Memoria selectiva la llaman, por la cual extraemos sólo lo positivo. Dicen que nuestro cerebro terminaría colgándose (valga el símil informático) de no ser así. Y he aquí que lo que se mantiene más erguido en el recuerdo a modo de banda sonora es la música, la canción del verano. Es sonar y de repente la cascada de emociones.

Desde La Yenka de Johnny & Charley pasando por el himno a la excelencia femenina del "Lola" de Los Brincos hacia la inquietante zambullida en un Submarino Amarillo que Los Mustang nos obsequiaron en los sesenta. Ya me diréis en plena guerra fría y nada menos que amarillo, como para pasar desapercibido...

Y qué me decís del Nino Bravo de los setenta y "Un Rayo de Sol" de Los Diablos con la panorámica de una esplendorosa Marisol a la que todos veían tal cual Ángel llegado del mismo firmamento, ahora que veníamos de visitar la luna. Y la verdad es que no querían concederle el beneficio, sí, digo bien, el beneficio de crecer... Toda ella bella y dispuesta a demostrarlo en portadas, cines, televisión, ¡Dios mío, que descoco. A dónde se fue el mito infantil!... Pues directo a la canción del verano.

En fin, que luego llegó un tal Georgie Dann y toda la candidez terminó por desvanecerse. Esas chicas del coro que hacían posible lo imposible. ¡Cómo se puede cantar en medio de semejantes acrobacias anatómicas!. Y digo más, cómo podíamos estar pendientes de la letra si la ciencia nos ocupaba la vista. Y voy más allá, cómo poder ser Georgie Dann siquiera durante tres minutos. ¡Qué madrugadas de "pesadilla"!.

Y no creas, que el mundo no acabó aquí. Pesara a quien le pesara existía vida al otro lado de Georgie Dann. Estaba Miguel Bosé, Pedro Marín, Iván... Luego ocuparon el hueco de enfrente Tequila, Alaska y los Pegamoides, éstos siquiera se sabía en qué bando estaban, pero estaban lo prometo. También Loquillo con sus Trogloditas, mis adorables Radio Futura movidos, ejem... perdón, a lomos de la Movida Madrileña y enamorados de la moda... juvenil.

Que sí, que después de lo dicho termino exorcizado. Si es que no hay como poner palabras a las cosas. Que vivan Los Brincos y su candidez, la adolescencia de Marisol, la inocencia indefinida del Bosé, el Marín y el Iván y las chicas... bueno, quiero decir el Georgie Dann de turno.

¡¡¡Que me gusta el verano y su música!!!.


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