jueves, 18 de septiembre de 2008

Quién lo diría

Que uno descubre cosas en cualquier momento que resultan increíbles es algo indiscutible. Y en ocasiones nos produce una verdadera satisfacción al comprobar que el género humano como tal nos sorprende cada día más. No es sólo cuestión de genética sino también de esfuerzo y espíritu de superación. Bien mirado y en los tiempos que nos ha tocado vivir es toda una hazaña.

El genio nace o se hace. Parece obvia la respuesta. Pero no te precipites, recapacita un instante. Este es el mismo y viejo dilema del huevo y la gallina, cuál fue antes de los dos. Vamos a poner un ejemplo para ilustrar el proceso de meditación que te propongo esta vez.

Niños prodigio de capacidad intelectual desbordante o máximo esfuerzo y dedicación. Bien, ambas cosas se dan en la vida cotidiana. Lo que ya quizá complica el asunto es cuando asignamos nombres propios a cada grupo. Pongamos por caso el de ilustres figuras de reconocido prestigio social y cultural. Se descabalan más las disquisiciones cuando añadimos el factor trabajo. Se lo curraron más de lo que en principio pudiera parecer.

Después de sesudas formulaciones matemáticas en combinación con espesos conocimientos de física cuántica, resulta que si te desplazas a la velocidad de la luz en el espacio, para el sujeto-observador que queda quieto en un punto el tiempo se acelera de una manera exponencial en relación al sujeto que se desplaza, el cual ralentiza su reloj con la misma progresión. Es la Ley de la Relatividad, explicada así como de andar por casa. En ese estudio se demostró también la elipse que el haz de luz describe por culpa de la gravedad. Es evidente. Hablo del científico alemán nacionalizado estadounidense Albert Einstein.

Siguiente personaje. Fue premio Nobel de Literatura, por su dominio de la descripción histórica y biográfica, sus innumerables artículos periodísticos y sus brillantes discursos. Militar destacado, Primer Ministro británico en el período más convulso y comprometido del siglo pasado, la II Guerra Mundial. Su biografía está repleta de elogios como estadista. También es evidente en este caso, estoy hablando de Winston Churchill.

Pues bien, ahora viene, como en el cine, el momento álgido. Tanto uno como otro mostraron manifiestamente gran dificultad para aprender a leer y escribir. Efectivamente, eran disléxicos. Y fíjate hasta dónde llegaron. Quién lo diría.

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